martes, 19 de febrero de 2013

Aunque no se los vea todo el tiempo, como antes, siguen estando ahí.

Enclavada en medio de un barrio muy copetudo, a pasos de la Biblioteca Nacional, mora una señora que desde hace varios años va alternando (según los día y el tiempo) entre las escaleras que descienden a la vereda de enfrente de la Plaza Mitre cuando está lindo, y esta cuadra que le oficia de refugio, siempre en el mismo lugar, los días más feos; donde al menos puede guarecerse apoyada contra ese portón sin uso durante los fines de semana y la pared contigua que tiene un tipo de hueco donde ella se mete, quizás para sentirse un poco más protegida, supongo yo.
Y como ella, cientos de personas que veo en esta enorme ciudad,  casi a diario, y si no es a diario, sí seguido, muy muy seguido.
Y su imagen viene a recordarme y a recordarles -a través de la finalidad de esta entrada de blog- que podrán ir mejorando las cosas, los tiempos económicos, y las formas de vida política, económica y social (colectiva e individual), pero siempre estarán quienes no han podido incluirse dentro de la rueda que se mueve en las sociedades modernas, y que en muchos aspectos arrastra consigo a quien, reitero, no sabe subirse y acoplarse en su movimiento en el momento oportuno.
Nada de seres inútiles, delincuentes, cómodos o despreciables; nada de eso, por favor. Sólo almas que ubicadas en el lugar que están, es evidente e indudable que todo les resulta extremadamente difícil con respecto al hecho de moverse para comenzar a salirse de ese sitio en el que seguramente no eligen estar y padecen diariamente.
No juzguemos y ayudemos en lo poco que podamos entonces, para poder darles, al menos en el corto plazo, un poquito de felicidad y mejorar sus días.
¿Cómo? Ah, no sé. Yo por ejemplo, hago lo que me surja y nazca del corazón en cada momento, pero eso depende de cada uno. Ustedes ya sabrán como y que hacer. No lo dudo.

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